Así fue como ella corrió a abrazarlo y se
hundió en su alma. Ángeles de pocas palabras vibraron en el fondo del
mar cuando su voz se apagaba. Se apagaba como rasguño en el suelo, como
birome sin tinta, como sombra en la luz. Pero allí seguía,
perdida en un pensamiento que jamás volvería, sujeta a una estrella
azul que se presentaba a su lado en el cielo. Sin darse cuenta, estaba
perpetua en ese juego, donde a lo que realmente se sujetaba era a su
propia libertad. Libertad que permanecía inmutable en un sitio, donde no
dejaba explorarse. Después de todo, los caminos no fueron fáciles para
ella, aún así se mantuvo en ese abrazo, abrazo de amor. Sin darse cuenta
se rodeaba de el todo el tiempo, porque es así como realmente
funcionaba. A veces pisaba escalones desnivelados, pero siempre caía a
sus brazos.
El encuentro entre su sol, su cielo, sus estrellas y
todo su universo imaginario estaba ahí, libre, libre en el amor, libre
en el espacio y tiempo de lo que realmente eso significa. Ellos estaban
ahí, al lado del mar, pero en su cielo ambiguo, tan ambiguo como
racional e ilógico, pero juntos aunque alejados. Y así fue como ella
corrió a abrazarlo y se hundió en su alma, para no separse nunca.
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