miércoles, 13 de febrero de 2013

De tanto andar hay veces que el corazón se pierde en un terraplen de insensibilidad. Los latidos deberían de ser látigos para que reacciones, y la relajación un sostén para no caerte.
El tiempo corre, si, pero se detiene por momentos, porque en realidad el tiempo sólo lo generamos un montón de inútiles alienados a una realidad sin realidad.
Si lo abstracto sería rebelde evitaría tocarte otra vez.
Yo me detuve, me detuve marcando un paso, rodeando con un corazón un nombre, y después rompiéndolo, desparramando el adiós que no se trasmutará jamás en un hola.
Sólo queda un toc toc, resonando en mi pecho, suavemente perdiéndose y no encontrando razón.
Quise tomar tus manos, pero no hubo caso, te despegabas frente a la quinta estación de la luna. Y yo estaba ahí, con un reloj en mis manos y una lámpara mágica que alumbraba el tiempo deseando que tal vez llegue ese día en que me alcances. ¿Por qué deberías alcanzarme?: porque ya he lambido los pies de la tierra, ladré al viento por tu voz que me avalancha hacia tu circo donde los trapecios se ven tan inalcanzables y el techo tan deplorable. Y aún así tomé de sus cuerdas, tus cuerdas y trepé hasta más no poder para que tan solo me devuelvas una mirada. Una mirada que es la simple caricia a mi alma. Pero ahí estas, tan indiscutible, tan seguro y tan adverso que te olvidas quien te devolvió la sonrisa.

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